Es muy difícil perdonar las quejas pasadas ya que muchas de ellas están más allá de nuestra conciencia y sucedieron cuando éramos realmente jóvenes. Incluso si nos sentamos y nos decimos a nosotros mismos que empecemos a perdonar a la izquierda y a la derecha, podríamos encontrar que no surge nada, pero aún así sentir que las cosas no están del todo bien.
Ahí es cuando podemos darnos cuenta de que no debemos perdonar a otras personas, sino a nosotros mismos. Las quejas presentadas en nuestra conciencia son muchas veces el resultado de juzgar y ser terriblemente duros con nosotros mismos.
Si perdonar a los demás es complicado, perdonarse a uno mismo puede ser aún más difícil. Sin embargo, lo que he aprendido es que, en lugar de buscar el reclamo exacto que debe resolverse, podemos dejar que los reclamos se resuelvan a sí mismos al permitirnos perseguir lo que nos hace felices.
La felicidad es en sí misma una forma de gratitud. Y parece que no podemos estar agradecidos y tener quejas al mismo tiempo. Amar, respetarnos y valorarnos genera un sentimiento de gratitud que libera las quejas.
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El día que aprendamos a ser felices y contentos con nuestra vida, podemos estar seguros de que hemos perdonado todo lo que en nuestra vida siempre necesitó perdón.
