Durante la antigüedad, la enfermedad mental era vista como causada por posesión demoníaca. Los chamanes fueron llamados a alejar el mal. Hasta el siglo 17, los enfermos mentales fueron puestos en asilo. Hubo un mal estado de muchos asilos sin una higiene adecuada o recursos para cuidar a los internos. Así que los médicos harían todo lo posible para que ningún paciente sea admitido en asilos. Se inventaron muchas terapias nuevas. Fueron: piroterapia (fiebre inducida que se pensaba que mataba a los gérmenes en el cerebro), terapia de coma con insulina, lobotomía y leucotomía (parte del cerebro responsable de la agresión).
Estas terapias, aunque ayudaron a controlar la locura, causaron daños a largo plazo. Luego entró el Dr. Sigmund Freud en escena durante el siglo XIX. Fue un neurólogo. De hecho, trajo a los hospitales a los locos de los asilos. La enfermedad mental fue finalmente considerada como una enfermedad y no una maldición de Dios. Llegó al extremo, diciendo que “la normalidad es una ficción idealizada”. Por lo tanto, no hay nada que se llame normal y hasta tú y yo estamos locos. Así disipó el estigma de la enfermedad mental. Desarrolló la teoría instintiva y la teoría topográfica y, a través del psicoanálisis, curó a muchos de sus pacientes.
Así, Sigmund Freud sentó las bases de la psiquiatría moderna. No es de extrañar que se llame el padre de la psiquiatría.
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