El hábito más difícil que rompí fue mi costumbre de hacerme sentir indigno de la felicidad.
Crecí pobre con padres inmigrantes, muy pobres y un padre que fue víctima de un derrame cerebral (fue tan malo que se quedó atrapado en una silla de ruedas y no podía hablar). No hace falta decir que el medio ambiente no sirvió de nada para mi confianza y autoestima.
Me hizo enojar pero también me hizo antisocial. Creía que alguien como yo no merecía la felicidad.
Cuando pude romper este hábito, realmente cambió mi hábito. Una vez que pude aceptarme, mi vida ha sido drásticamente diferente.
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Todos tenemos esa vocecita dentro de nosotros que nos hace sentir pequeños. Quita nuestra confianza y nos hace dudar de nosotros mismos. Nos hace sentir que no merecemos ser felices.
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