Una respuesta simplificada y reduccionista es que no existe una autoridad central de autoconciencia y los sentimientos son inhibidos en diversos grados por la parte de razonamiento más deliberada del cerebro.
Nuestros cerebros son máquinas de supervivencia y reproducción, no computadoras, no buscadores de la verdad, y ciertamente no son gestores de conflictos internos. Sin mucha educación todavía seríamos buenos para superar la pubertad y la reproducción. Todas las otras habilidades de ser humano “cabalgan” sobre esos deseos, inhibiéndolos para objetivos menos fundamentales. A veces, este proceso es complicado porque se aprende principalmente a través de nuestra cultura, que tiene deseos diferentes a las necesidades básicas individuales. Este desorden puede venir en forma de estados mentales simultáneos, como un plan y una ansiedad conflictiva sobre el plan. Este control y equilibrio sirvieron bien a sus antepasados, ya que permitió un mejor comportamiento de supervivencia y una toma de decisiones más matizada.