Podrían haber sido, hace un siglo o dos. Preferiría creer que nacemos inocentes, y la familia, los amigos, los maestros y las personas más influyentes con las que nos encontramos nos enseñan nuestros pensamientos y sentimientos.
El racismo y la misoginia nos los enseñan nuestros amigos y familiares más cercanos y de confianza. La intolerancia sale a la luz cuando lo que se nos enseña como verdad entra en conflicto con los hechos. Con el tiempo, la moral y la ética evolucionan a partir de las experiencias sociales de nuestros antepasados. Se distorsionan cuando una persona influyente o poderosa tiene una interacción con otra persona y las cosas van mal.
Las opiniones se forman y generalizan, hasta que “Ese hombre me hizo algo” se convierte en “Todas esas personas hacen cosas malas a toda mi gente”. Esos pensamientos y sentimientos se transmiten de generación en generación, y se refuerzan en estereotipos que son fácil de entender. Muy pronto, no tenemos que pensar más. Simplemente “sabemos”, basados en premisas falsas nacidas del pasado, que “nosotros” somos mejores que “ellos”.
¿La respuesta? Cuestione TODO, y abra su mente a la posibilidad de que le hayan mentido durante siglos. Luego, dirígete a la persona que tienes a tu lado, preséntate, sonríe y dale la mano. Te sorprenderás.
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