Uno puede enfocarse en sus fortalezas, no en sus debilidades.
Suena contraintuitivo, ¿verdad? No es. Al enfocarse en las fortalezas de uno, uno puede encontrar una sensación de paz consigo mismo. Nadie es perfecto, pero si uno se detiene en sus debilidades, la magnitud de las imperfecciones puede sentirse abrumadora.
He estado allí. Sufrí (y aún sigo) de un perfeccionismo agudo. Siempre veía lo que hice mal, no lo que hice bien. Compararía mi desempeño con otros, y me encontraría con falta. Si no fuera el mejor, hubiera fallado. Esta no es una mentalidad sana en absoluto. Entré en un hechizo de depresión particularmente malo debido a este perfeccionismo.
Lo que me sacó de esto fue la comprensión de que mis fortalezas me definían, no mis debilidades. Esa mentalidad me liberó de la necesidad del consorcio de apuntalar mis debilidades. Reparar mis debilidades fue una tarea imposible, pero mejorar mis fortalezas es muy posible. Empecé a comprender que tal vez los demás solo tenían talento en cosas diferentes a las que yo tengo.
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Además, centrarme en mis puntos fuertes me permitió trabajar hacia algo grande. Lo mejor que pude hacer con mis debilidades fue elevar mi nivel de habilidad al nivel “promedio”, lo cual no es muy inspirador. Este enfoque contribuye mucho más a la autoestima de uno que a detenerse en las debilidades de uno. Mis fortalezas eran algo que podía perfeccionar y pulir, no mis debilidades.
No pretendo sugerir que uno debe ignorar las debilidades, sino que debe evaluar en qué se está y qué no. Centrarse en las partes buenas hace que las debilidades parezcan más manejables, menos paralizantes.
No son nuestras debilidades las que nos definen, sino nuestras fortalezas. Dile a tu amiga en qué es buena, para que vea la esperanza. Podemos ser criaturas imperfectas, pero podemos fortalecernos a nosotros mismos.