Robert Ornstein, en su investigación de tesis en Stanford, enseñó a dos grupos de personas ingenuas a la danza a interpretar el ballet. Un grupo aprendió un esquema interpretativo que dividía los movimientos de los bailarines en muchos segmentos pequeños. El otro grupo aprendió un proceso que dividía los movimientos en unos pocos segmentos largos. Luego mostró a todos los miembros de ambos grupos una película de un ballet de larga duración y, al final, les pidió que estimaran cuánto tiempo había ocupado la película. Las personas que aprendieron a ver el ballet como una serie de muchos segmentos pequeños estimaron que la película era significativamente más larga que las personas que habían aprendido a ver el ballet como una secuencia de unos pocos segmentos largos. Ornstein sostiene que el tiempo subjetivo depende de la cantidad de eventos percibidos que ocurren en el segmento de tiempo en cuestión: cuantos más eventos, más tiempo parece haber pasado.
La investigación de Nancy Cantor apoya esta conclusión. Ella teorizó que tenemos un temporizador interno que actualizamos periódicamente. Cuanto más frecuentemente lo actualizamos, más tiempo parece haber pasado. En sus estudios, ella demostró que cuando las personas están absortas en lo que están haciendo, actualizan sus temporizadores con poca frecuencia, por lo que parece haber pasado poco tiempo.
En pocas palabras: el tiempo vuela cuando te estás divirtiendo.
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